miércoles, 8 de septiembre de 2010

Los intrusos

Imaginemos por un instante que nos encontramos perdidos en el medio de un desierto y que miramos hacia todos los puntos cardinales y no vemos más que miles y miles de kilómetros de arena. Ahora pensemos que ese desierto representa al universo. Pues bien, si quisiéramos ubicar a la vía láctea dentro de ese desierto, solo bastaría con tomar un granito arena. Es que eso es lo que somos en el universo, un diminuto grano de arena en el desierto.
Creer que estamos solos en el mundo es un pensamiento un tanto egoísta. Si repasamos la historia de la humanidad, nos daríamos cuenta que uno de los grandes dilemas del hombre fue enfrentarse a los cambios de paradigmas. Cuando los pilares del conocimiento son abatidos y lo que creíamos como una verdad absoluta se convierte en una falacia, solemos reaccionar de un modo irracional. Se teme a lo desconocido y lo incomprensible genera incertidumbre. Cuando Galileo Galilei dijo que el sol no se movía y que era la Tierra la que giraba alrededor de este, se lo trató de loco y se lo condenó a prisión perpetua. Cuando Cristóbal Colón dijo que la Tierra no era plana, muchos pensaron que era un demente que al adentrarse aguas adentro correría la suerte de ser devorado por grandes bestias marinas y que de eludir este obstáculo, llegaría a un punto en donde el mar se terminaría y no le quedaría otra opción que la caída libre al vacío.
La historia de Emma está basada en un hecho real. Mentes cerradas dirán que es ciencia ficción, mentes abiertas llamarán a la reflexión.
Emma era una mujer sencilla que acababa de cumplir treinta años. Hacia cinco años que la profesión de su marido Juan la había obligado a instalarse a vivir en el campo. Juan era un ingeniero agrónomo y desde que se había mudado al campo, la falta de trabajo había dejado de ser una preocupación. Allí estaban rodeados de estancias que requerían de su mano de obra. Junto con Emma habían comprado una pequeña casa en la localidad de Pehuajó, provincia de Buenos Aires. La casa en la que vivían estaba ubicada en el centro de un gran campo. Una pequeña galería rodeaba los cuatro lados de la casa y era el sitio ideal para sentarse a contemplar el paisaje que brindaban los campos sembrados de trigo. En verano lucían un vivo color amarillento que en los atardeceres mudaba a anaranjado. Lo cierto es que la casa estaba sola, casi en el medio de la nada, y su vecino mas cercano vivía a unos diez kilómetros.
Cuando le preguntaban a Emma entre la vida en el campo y la ciudad, ella decía que nada se comparaba con la tranquilidad que le brindaba el campo. Definitivamente la ciudad no era para ella. La multitud de gente, el cemento y el humo formaban parte de su vida pasada y obviamente que no los extrañaba, más bien los detestaba. Pero hubo un día en que ese pensamiento dio un giro de ciento ochenta grados y trocó hacia el otro extremo. Fue una noche de Mayo, más precisamente un miércoles catorce de Mayo de 1980. Esa noche Emma se encontraba sola. Juan estaba de viaje por trabajo puesto que era época de cosecha y era habitual que se ausentara por unos días.
Emma terminó de cenar, lavó los platos y vio por la ventana que pronto se aproximaba una tormenta. Al menos eso creía dado que una gran cantidad de nubes grises se encontraban a muy baja altura. Se acostó en la cama y a eso de las diez de la noche se quedó dormida.
El silencio de la noche se vio interrumpido por los ladridos de unos perros que despertaron a Emma. Observó el reloj y eran las dos de la mañana. Dio un par de vueltas en la cama e intentó volver a dormirse. Luego de quince minutos los ladridos seguían siendo constantes y si bien se escuchaban muy a lo lejos, eran un tanto insoportables como para conciliar el sueño nuevamente. Emma comenzó a preocuparse pues no era normal que los ruidos continuaran. La intriga la llevó a levantarse y caminar en dirección a la cocina para observar por la ventana que daba hacia el lado del cual provenían los ladridos.
Hasta ese momento Emma no sentía miedo, pero al mirar por la ventana el pánico entraría a su hogar y se produciría el punto de inflexión por el cual Emma dejaría de enaltecer la vida en el campo y se inclinaría por volver a vivir a la ciudad. Afuera, casi en el horizonte, entre tanta oscuridad llamaba la atención el reflejo de unas luces que cambiaban continuamente del color azul al verde y del verde al rojo. Emma pudo divisar que esas luces provenían de una casa que poseía tres ventanas. Dentro de las ventanas se observaba movimiento de personas. Eran tres personas que parecían estar discutiendo. Emma se asustó pues jamás había visto una casa en esa ubicación y era imposible que la hayan construido mientras dormía. Había intrusos en el campo. Rápidamente cerró y trabó todas las puertas y ventanas de su casa. Sin hacer mucho ruido, se detuvo a observar.
Pasaron más o menos cinco minutos en los que solo se veía la silueta de estos hombres en la ventana. Pero hubo un determinado momento en que dos de estas tres personas salieron de la casa. Fue en ese instante que Emma pudo verlos con mayor nitidez. Eran personas de contextura delgada y de baja estatura. Por el tamaño de sus cabezas, dedujo que deberían estar usando cascos. Caminaron unos metros en dirección al norte y pronto regresaron con cinco vacas y tres ovejas. Inmediatamente entraron nuevamente a la casa, primero los animales y luego ellos. Una vez dentro, volvieron a posicionarse los 3 individuos frente a la ventana. Fue allí cuando Emma advirtió que la casa de los extraños comenzó a moverse. No era una casa, era un objeto circular que en unos pocos segundos y en forma inexplicable se despegó de la tierra, se elevó por los cielos y desapareció.

domingo, 25 de julio de 2010

A la pesca

El atardecer es el momento ideal para salir a pescar. Es que cuando los últimos rayos de sol se esconden en lo mas profundo del alba dando lugar a la apertura de la noche, la marea aquieta sus aguas y se convierte en un ambiente tranquilo. Es en ese preciso instante en el que los peces mas grandes se acercan hacia la orilla en busca de alimento. Esta situación acrecienta las chances de que el pescador alcance mas fácilmente su objetivo, pero lamentablemente no es garantía de resultado positivo alguno. En la pesca uno puede tener a la suerte de su lado o en el extremo opuesto. Aunque no lo crean, teniendo todas estas variables a favor, mas de una vez he caído en el selecto grupo de quienes fueron abatidos por la mala suerte. Recuerdo una tarde de verano, en la que me dirigí hacia la playa que me había recomendado un amigo. Me había comentado que ese sitio era el lugar perfecto para la aventura de la pesca, que los mejores peces se conseguían en esa playa. El lugar de por si, no me decía nada. Era una playa como todas las demás, nada de otro mundo. Quizás, me había generado demasiadas expectativas y eso me jugaba en contra. Lo mismo me suele ocurrir cuando me recomiendan alguna película. Aquellas que se comentan de excelentes terminan desilusionando, mientras que las que se tildan de pasables son las que te dejan boquiabierto. En fin, generar falsas ilusiones no hace mas que opacar la realidad. Así que pensé que tal vez lo mejor no estaba ante la vista de mis ojos, el tesoro se encontraba oculto bajo ese mar y valía la pena quedarse a descubrirlo. Saqué mi equipo de pesca, dispuse todos los elementos sobre la arena y antes de tirar la primera red, hice una pausa para tomar un vaso de fernet. Ya de por si, partamos de la base que la pesca es una actividad que invita a beber unos buenos tragos, y el fernet es mi trago preferido, así que prefiero dedicarle un párrafo aparte.
El fernet es una bebida que proviene de una receta italiana que se elabora con agua, alcohol, azúcar, hierbas aromáticas y caramelo. Debe servirse en vaso de vidrio alargado y se coloca una medida de fernet y tres de gaseosa cola. De ese modo, los ingredientes se mezclan en su dosis justa formando una química cuasi perfecta. Casi me olvido de los mas importante, se debe servir con hielo, es fundamental al punto tal que el trago se termina de tomar y el hielo debe seguir en estado sólido reposando sobre el vaso vacío. Algunos recomiendan prepararlo con la medida de 50 y 50, pero lo cierto es que tengo amigos que lo hicieron de esta forma y terminaron mal. Es que esa es la dosis de quienes intentan ahogar penas y termina conduciendo a un estado de resaca que no hace mas que acechar al cuerpo hacia el terreno de los dolores de cabeza y los mareos constantes.
Una vez calmada la sed, agarré la caña y tiré la primera línea al mar. No hubo que esperar mucho, a los pocos segundo ya había pique. Igualmente, fue una falsa alarma, el pescado que saqué no era de mi agrado, así que luego de analizarlo y jugar un poco, decidí dejarlo ir devolviéndolo al mar.
Volví a tirar la caña y después de un rato (justo cuando comenzaba a aburrirme) hubo otro pique. Cuando empecé a recoger el riel, la intuición me dijo que era una excelente presa. En esos minutos me entusiasmé, me cebé y tuve ante mis ojos al trofeo que llenaría de orgullo hasta al mas humilde de los pescadores. Lamentablemente, cuando ya casi la tenía en mis manos, no sé cómo fue, pero el anzuelo se zafó y todo el trabajo que había hecho no sirvió de nada. De vuelta al casillero cero pero ahora con menos tiempo y con el ánimo por el suelo.
La solución para recuperarme: otro fernet. Luego de esto, salí nuevamente a la cancha. Sin embargo pasó un tiempo largo y no conseguí nada. Fue allí cuando decidí que lo mas conveniente era utilizar otro tipo de carnada si es que esa noche quería comer algo. Pero el cambio de estrategia no me trajo suerte y para colmo cada vez empezaban a caer mas competidores por lo que a mayor cantidad de participantes, menos probabilidad de enganchar un buen pez. Y todo esto me ponía cada vez mas nervioso y ansioso, ver que había personas con elementos y técnicas ridículas y que encima conseguían los mejores peces, era realmente indignante.
Me acuerdo que alguien me convidó con una caipirinha. La caipirinha es la bebida nacional de los brasileros y se prepara con lima, azúcar y aguardiente. Si bien es un trago fuerte, era un trago necesario para poder seguir en pie. Saqué la caña de repuesto y empecé a jugar con dos carnadas. Pero esa noche efectivamente los dioses estaban en la vereda de enfrente. Estoy seguro que esa noche podría haber tenido 50 cañas y todo el mar para mi solo que igualmente me hubiera ido con las manos vacías.
Ya cuando pasaron cuatro horas desde que había llegado, comencé a lamentar no haber tomado el primer pez y ya me conformaba hasta con sacar un bagre. Y ni hablar de una ballena. A pesar de estar prohibido, de haberla conseguido, sin dudas me la hubiera llevado a casa.
Y como quien no quiere aceptar su destino, no me quedó otra alternativa que refugiarme en la bebida. Perdí la cuenta de los tragos y cuando me quise dar cuenta ya todo se había terminado. Desapareció la melodía de la noche y el sol me encandiló de golpe. Tuve que volver a casa y en el camino de regreso solo se escuchaba la voz de mi conciencia que decía: “mas vale pez en mano que ver pasar a cien nadando”. El sábado que viene será mi noche. Es que la pesca es así, a veces se gana y a veces no.

domingo, 16 de mayo de 2010

Yo te quiero Paternal...

Algunos podrán decir que soy un "hincha vendido", pero como no voy a alentar si este equipo forma parte de mi historia, si todos los años de mi vida los viví en La Paternal y si el sentimiento que hoy tengo es algo que nace desde lo mas profundo del corazón.
Porque yo estuve de chico en los tablones de madera de la vieja cancha, porque la mitad de mi familia es hincha de Argentinos, si hasta mis abuelos con sus 86 años dejaron de hacer la siesta para seguir a este equipo, porque sufrimos promociones, ascensos y descensos, porque aprendí que lo imposible se puede hacer posible, porque tengo la sensación de estar viviendo un sueño, porque Paternal es una verdadera fiesta, por todo eso, dejenme gritar bien fuerte lo que ya está escrito en la historia: "Argentinos campeón 2010!" VAMOS BICHO CARAJO!

jueves, 13 de mayo de 2010

La sigo buscando, la sigo esperando

Ayer me senté a orillas del mar, me detuve unos instantes a mirar el horizonte y no la encontré. El sol recién estaba asomando. Miles de rayos de oro se reflejaban y se multiplicaban sobre el gigante espejo azulado. Las olas iban y venían trayendo ilusiones y llevando deseos. Contemplé una vez mas la inmensidad del océano y en todo ese hermoso paisaje no la encontré. Por la noche la busqué entre las estrellas. Miré detenidamente cada una de ellas, observé atentamente la luz de la luna pero en todo ese cielo estrellado juro que tampoco la hallé.
Duermo y la busco en mis sueños pero despierto en la realidad. La busco en el silencio de la noche, en el vuelo de las mariposas, en la brisa de la mañana y entre las flores del campo. En lo más profundo de mi alma, en algún rincón del mundo y en todos los días de mi vida la seguiré buscando. Tengo certeza que anda escondida en algún lugar de esos, pero aún no la he podido encontrar.

domingo, 11 de abril de 2010

Redistribución de la riqueza

El día había amanecido con una temperatura de tres grados bajo cero. Corrían los últimos días del mes de Agosto y aún era normal que hiciera tanto frío. Santiago se despertó a las siete y cuarto, tomó un café bien caliente y como todos los jueves, antes de partir para su trabajo telefoneó a su tía Sheila. El timbre sonó siete veces y nadie respondió. Esperó unos minutos, volvió a llamar, obtuvo idéntica respuesta y cortó. Evidentemente el teléfono no debe estar funcionando bien, pensó Santiago. Desde el día en que su tía había quedado viuda (y de esto hacía casi veinte años), no existió una sola mañana de jueves en que no se comunicara con ella. Apurado por la hora, tomó su abrigo y se dirigió hacia el subte pensando en darse una vuelta por casa de su tía en cuanto se desocupara del trabajo. A eso del mediodía el cielo se puso gris, Santiago recibió una llamada de un vecino de su tía quien le comentó que hacía días en que no sabían nada de ella. Ya nadie la veía salir a barrer y ni siquiera a hacer las compras. En un segundo la preocupación se transformó en desesperación. Así que corrió hasta la casa, tocó timbre y como nadie atendió, decidió entrar. Al abrir la puerta se encontró con el peor de los panoramas y la desesperación se fusionó hasta llegar al estado de tragedia. La autopsia revelaría unos días mas tardes que la causa de la muerte había sido un ataque cardíaco. Sin marido y sin hijos de por medio, el único heredero sería su sobrino. La sucesión judicial duró unos largos cuatro meses. Pasado este tiempo, Santiago vendió los muebles de algarrobo, regaló la colección de libros de artes de su tía y sacó a la calle el televisor blanco y negro que ni el museo quiso aceptarle. Con la venta de la casa mas unos dos mil dólares que encontró en la caja fuerte, Santiago podría cambiar su auto usado por uno cero kilómetro. Después de todo, no hay mal que por bien no venga.
Desde la vereda de enfrente y con necesidades totalmente opuestas, un cartonero, indigente o botellero (como prefieran llamarle) paró su carro de tracción pulmonar y cargó entre más basura el pequeño televisor blanco y negro que se encontraba desamparado en una esquina. Al finalizar el día, esta persona de escasos recursos había caminado más de ochenta cuadras, había pasado hambre y solo había conseguido unos míseros treinta pesos por la venta de la chatarra que había juntado durante esa tarde. Pero no solo tenía treinta pesos, también traía consigo ese televisor que nadie quería comprarle y que el creía ser capaz de hacerlo funcionar. Ya una vez dentro de su rancho de chapa y cartón, tomó un destornillador y se propuso no dormir hasta conseguir arreglarlo. Cuando lo abrió, la sorpresa mas impresionante se iluminó ante su rostro y los treinta pesos se multiplicaron por miles de dólares que se encontraban apiñados uno a uno en un rincón de esa TV. Una verdadera fortuna para su vida, mas precisamente unos ochenta mil billetes verdes. Y créanme que lo primero que pensó este hombre fue en devolverlos a su dueño, pero ese televisor había sido encontrado solo en una esquina cuyo nombre y ubicación exacta ya había olvidado.
Ese día el dinero bajó los peldaños de la clase media hasta llegar a la base del primer escalón. Gustos que Sheila prohibió a su vida y secretos no compartidos se esfumaron en segundos para convertirse en ilusiones de un pobre mendigo. Ese día lo que no pudo hacer el gobierno lo pudo hacer el destino.