sábado, 3 de octubre de 2009

Buscando una estrella

Era una de las cosas que más le gustaba hacer: ni bien se hacía de medianoche, subía a su terraza, abría su sillita y se quedaba hasta altas horas de la madrugada contemplando el cielo estrellado. Ese era su espacio, su pequeña ventana para espiar el universo. La posibilidad de tener al mundo en sus manos lo llenaba con aires de grandeza, convirtiendo a su ego en el único dueño de todo ese cielo infinito. Esa sensación que experimentaba cada vez que subía a su terraza era algo indescriptible y para colmo no tenía que pagar ni un centavo por ello. Había llegado a contar hasta 33 estrellas en la ciudad, las que no se comparaban en nada a las 103 que había contado en sus vacaciones en el campo. Las estrellas lo llenaban de una paz extraordinaria, con ellas había aprendido la difícil tarea de escuchar el sonido del alma.
Sostenía con una seguridad inquebrantable que el amor de su vida se encontraba detrás de una de esas estrellas. Lo cierto es que sospecho que esa era la verdadera razón por la cual dedicaba su tiempo a observar el cielo. Aguardaba con ansias la noche en que caería desde el cielo aquella estrella fugaz que aterrizaría en sus pies para convertirse en mujer, en la mujer más hermosa que jamás haya imaginado. Él decía que pronto sucedería, que pronto esa estrella se interpondría en su camino. Lamentablemente nuevamente amanecía y siempre guardaba su sillita y decidía irse a dormir, pues tal vez en sus sueños pudiera encontrar a aquella mujer que la noche una vez mas le volvía a negar.