domingo, 16 de enero de 2011

La cárcel de la libertad

Era difícil de entender. Ninguna de las dos posturas parecía ser la mas acertada. Por un lado estaban los ultraderechistas que afirmaban que los delitos de robo y asesinato debían ser castigados con la pena máxima de prisión. Pena que condenaba al reo a pasar el resto de sus días en una pequeña celda. “El delincuente debe pudrirse en la cárcel”, “el que mata tiene que morir”; eran las frases que mas se escuchaban en las elites populares que apoyaban estas ideas. Por otra parte, estaban los defensores de los derechos humanos, quienes sostenían que el preso era una víctima del sistema social y por tanto la solución no era el encierro sino que había que generar políticas de gobierno que permitieran educarlos y reinsertarlos en la sociedad.
Las autoridades de “La Calota”, un pequeño pueblito ubicado en el sur de la Patagonia Argentina, creían haber encontrado la respuesta perfecta al dilema: habían construído “la cárcel de la libertad”, una cárcel erigida en el medio del desierto patagónico que rompía con todos los estereotipos modernos. Es que pensar en una prisión en donde no existieran las celdas no tenía mucha lógica. El preso estaba al aire libre y eran los policías quiénes estaban detrás de las rejas. Básicamente, las instalaciones de la prisión solo consistían en un pequeño edificio rodeado por un cerco perimetral. Dentro del cerco yacía el edificio y el personal policíal; fuera de éste, a la intemperie y en libertad estaban los prisioneros.
Fue un 18 de Febrero el día elegido para inaugurar oficialmente la nueva prisión. Ese día todos los destacamentos policiales de la ciudad fueron desocupados. La gente del pueblo se amontonó en la plaza principal para observar como los reclusos eran subidos a grandes helicópteros militares. Obviamente que ante la inexistencia de carreteras que permitieran llegar hasta “la cárcel de la libertad”, la única vía de acceso para cruzar el desierto era la aérea. Luego de un viaje de 1 hora se aterrizaba en la terraza de la nueva cárcel. Allí, los presos eran trasladados hacia la planta baja del edificio en donde los guardias encargados de mantener la seguridad y vigilancia, los despojaban de sus pertenencias, los acompañaban hacia el exterior y una vez cruzado el alambrado que protegía la prisión, se los dejaba en libertad.
Si bien estaban libres, el lugar era desolado, solitario y aburrido. Estaban rodeados de un paisaje gris, sin árboles y con apenas unos arbustos cuyas hojas eran secas. Parecía que estaban en el medio de la nada, en el medio de un gran bosque que había sido totalmente arrasado por las llamas de un incendio. Algunos dicen que en el momento de la creación Dios se habría olvidado de pasar por estos pagos, dejando una hoja en blanco en los libros del planeta Tierra. Hacia el norte, el sur, el este y el oeste, todo se veía igual. Tanta monotonía escondía cierto castigo.
Los presos no eran maltratados, sino que todo lo contrario. Cada uno era libre de iniciar una nueva vida, una vidad difícil ante las adversidades del desierto pero una vida digna y fuera de las rejas. Todos aquellos que se quedaban en las inmediaciones de la prisión recibían alimentos 3 veces por día y hasta tenían pequeñas chozas para refugiarse durante la noche. También se les ofrecía la posibilidad de recibir familiares y que los mismos se quedasen viviendo con ellos. Muchos otros optaban por emigrar y emprender a pie el largo camino que les permitiera retornar a la ciudad. Si bien era imposible cruzar caminando el desierto, algunos tenían la ilusión de poder alcanzarlo. Los pocos valientes que se animaban fracasaban en el intento y a los pocos días regresaban al refugio de la prisión. Los que no regresaban no era porque habían logrado la hazaña, sino que era porque el desierto les había ganado a su vida.
Jamás se supo la causa por la cual de un día para otro la cárcel dejó de funcionar y nunca mas se abrieron sus puertas. Sin embargo los archivos de la prisión esconden un dato curioso: durante los 45 años que la cárcel estuvo en funcionamiento, ningún preso murió de viejo, todos, absolutamente todos, murieron de angustia y soledad.